El día que conocíamos la noticia del Premio Nobel de
Literatura otorgado al cantautor estadounidense Bob Dylan, el mismo día que moría Darío Fo, leíamos en nuestro
Taller de Lectura el cuento del escritor peruano Julio Ramón Riveyro Los merengues.
Perico es un niño chico que vigila a su madre para descubrir
dónde esconde ésta el dinero. Perico tiene un plan. Está obsesionado con los
merengues y quiere comer el blanco y vaporoso dulce hasta hartarse. Lleva
semanas mirando con gran anhelo los merengues en la pastelería de la esquina,
lo que le ha costado más de un coscorrón.
Ahora sabe que su madre guarda los ahorros en un hornillo de
la cocina. Afana veinte soles, la mitad del dinero que guarda su mamá, de la
bolsa de cuero y sale a la calle.
Perico es un nene en un mundo de adultos que abusan de él.
Su pequeñez es palpable. Sin embargo, ahora tiene dinero, dinero que le da
poder y confianza, el dinero le hace sentirse grande, tan grande que logra
abrirse paso entre la clientela de la pastelería a base de empujones y codazos
para alcanzar el mostrador.
Pide veinte soles de merengues. Todos, dependiente y
público, permanecen extrañados. Perico no es consciente del valor del dinero,
no sabe que veinte soles es casi una fortuna, demasiado dinero para gastar en
pasteles. No lo toman en serio. Incluso cuando muestra el dinero el mozo se
niega a servirle.
El aplomo y la seguridad que mostraba el rapaz se esfuman,
dando paso al bochorno, a la súplica. Él sólo quiere comer unos pocos merengues
pero lo único que consigue es un nuevo capirotazo.
Lo que al principio creía un fácil proyecto se demuestra
imposible para Perico. Ahora hasta le parece difícil devolver el dinero que
robó a su madre sin ser descubierto. De este modo, arroja las monedas, una por
una, al acantilado. Veinte soles, casi un dineral que nada valía en sus manos.
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