LA AMADA NO ENUMERADA, de Heinrich Böll

Heinrich Böll, premio Nobel de Literatura en 1.972, combatió en la Segunda Guerra Mundial en las filas del ejército nazi. Los ecos de la barbarie de la guerra y del régimen al que se vio obligado a defender en el campo de batalla reverberan en toda su obra. Un buen ejemplo de ello es el relato que hemos leído esta semana en el Taller de Lectura y que lleva por título La amada no enumerada.

El protagonista de la historia es un herido de guerra, un mutilado al que le han dado un puesto como contador de la gente que cada día pasa por un puente de nueva construcción, orgullo de los ingenieron del Reich.

Es un trabajo aburrido, metódico, y este hombre lo realiza de una manera irresponsable. Como él dice en el texto, en sus manos está la felicidad de sus superiores, y él puede, a su antojo y dependiendo de su estado anímico, engordar o adelgazar las cifras para manipular sus sentimientos. Es una forma de venganza. Es “un hombre en quien no se puede confiar”.


Desde su puesto de vigilancia, solitario, aislado, nuestro protagonista se ha buscado una amada. Se ha enamorado de una mujer que cruza el puente a diario de camino a su puesto de trabajo, una heladería. El momento en que la chica pasa, cosa que ocurre dos veces al día, para ir y volver de trabajar, es un momento sagrado en el que el contador abandona su tarea contable, pues se niega a mezclar a su enamorada en un asunto sucio como es la guerra y sus consecuencias (Alemania y gran parte de Europa fueron destruídas durante el conflicto bélico y las grandes obras públicas fueron motivo de jactancia de Hitler), ni tampoco con algo tan frío e impersonal como es la estadística: “esa mi pequeña amada no debe ser multiplicada ni dividida y ser transformada en una nada porcentual”. Son sólo dos minutos, tiempo suficiente para falsear los resultados.

Llega el día en el que su trabajo ha de ser supervisado. Un superestadístico empieza a contar lo mismo que él para comprobar su eficiencia. Nuestro hombre realiza su trabajo con rigor y no deja de contar a ninguna persona. Hasta que pasa su enamorada. Después de una hora de sistemática labor, sus registros casi coinciden con los del supervisor en número. Solamente se había saltado a una persona, una de entre quizá un millar. No alcanza la perfección, por lo que es degradado a contar carros de caballos.


Para él, lejos de ser un castigo, contar carros de caballo es una fortuna, pues pasan pocos carros de caballos por el nuevo puente. Puede que así tenga tiempo libre, tiempo suficiente para acercarse a la heladería y conocer un poco mejor a su amada no enumerada.

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