Nadie lo sabe
es uno de los veintidós relatos que componen el libro Winesburg, Ohio, quizá la obra más conocida de su autor,
Sherwood Anderson, uno de los más importantes cultivadores del relato corto en
lengua inglesa.
Su protagonista, George Willard, vive con excitación, temor
y nerviosismo una experiencia que está a punto de probar y que, a medida que
avanza el relato de los hechos, vamos descubriendo.
George Willard siente miedo. Siente miedo, en primer lugar,
por lo que va a realizar. Sin ser un acto ilegal, y aunque son muchos los que
lo han hecho con anterioridad y muchos los que lo repetirán más tarde, sabe que
no está bien visto por la comunidad en la que vive. Siente miedo, más tarde, y
una vez se ha decidido, porque teme que le falte el valor para llevar a cabo
los hechos. Siente miedo, finalmente, a que se descubra un episodio que ha
pesado sobre su conciencia como un pecado.
Resulta curioso el modo en el que Sherwood Anderson plantea
la cuestión. Los acontecimientos ocurren en las primeras horas de la noche, en
la oscuridad. George Willard abandona con precipitación el periódico en el que
trabaja, por la puerta de atrás. Evita la luz y a la gente. Se esconde como un
delincuente, incluso el narrador se refiere a él como “el fugitivo”.
Y es que resulta que George Willard había recibido, el día
anterior, una nota. Una cartita escrita por Louise Trunnion, en la que ésta le
decía, textualmente: “Soy tuya, si tú lo
quieres”. Era la tal Louise una chica con fama de llevar una vida disipada,
una chica fácil, la chica que iniciaba en los secretos del sexo a los muchachos
del pueblo. Por eso le extrañó a George la frialdad con la que lo recibió ella
cuando fue a buscarla.
Ella, al contrario de lo que sucede George, actúa con
naturalidad, no teme las habladurías de la gente, sale por la puerta principal
de su casa.
En esos momentos, no era George Willard lo que se dice una
persona segura de sí misma, más bien todo lo contrario. George estaba
temblando, no se decidía, no se atrevía a hablarle a la chica con firmeza y con
tranquilidad, más bien todo lo contrario, ella llevaba la iniciativa.
No hay en todo esto ni una pizca de romanticismo, ni una
pizca de amor. A George no le gusta Louise, ni siquiera le resulta simpática.
Ella no se ha arreglado para la cita, lleva la ropa de trabajo. Tiene incluso
la cara tiznada. Pero él se ve forzado a seguirla, se ve
empujado a hacerlo. Es lo que corresponde en un chico de su edad.
Pasó lo que suele pasar en estas circunstancias y momentos
después George tenía otro ánimo. Ya no era el muchacho inseguro de unas pocas
horas antes. George había entrado en el mundo de los adultos. Su virilidad, su
hombría, se había reafirmado. Estaba satisfecho, se compró un puro, tenía ganas
de hablar, pero no con chiquillos, sino con hombres como él.
Comentarios
Publicar un comentario