GRACIAS, de Yasunari Kawabata (II)

Nos ha llamado la atención la estructura de este breve cuento del japonés Kawabata, que empieza y termina casi con la misma frase. “Sería un buen año para los caquis. El otoño en las montañas era hermoso” es la primera línea de la narración, mientras la que cierra el texto es “Era un buen año para los caquis. El otoño en la montaña era bello”. Casi idénticas.

La acción comienza en una ciudad portuaria del sur. Tras un viaje de ida y vuelta en ómnibus, ciento veinte kilómetros entre caminos montañasos, tras dos días y una noche, los protagonistas se despiden, al fin, en ese mismo lugar. Una esctructura circular delimita perfectamente la historia, su principio y su fin.

Lo cotidiano, la naturaleza y la belleza siempre están presentes en la literatura de Kawabata. El estilo parsimonioso, casi como el fluir de un arroyo, nos transmiten paz y armonía aunque en el fondo el tema que trata el relato sea escabroso. Tan escabroso como el viaje de una madre con su hija para vender a esta última, para entregarla a una gente que la convirtirá en geisha o, casi con total seguridad, en prostituta. Ese parece el destino de una niña inocente que no es ajena a su destino.


Madre e hija ven en el chófer del vehículo una posible salida o salvación a la fatalidad. La madre dialoga con el conductor al inicio del texto, intenta ganarse su favor, y anticipa que todo puede solucionarse: “Es una señal de que algo bueno va a suceder”, dice.

El chófer es un hombre con cierto estatus. Un ser que goza del respeto de la gente por su posición y su amabilidad. Kawabata lo compara con dos elementos de la naturaleza que nos dan una idea de su personalidad: con un pájaro carpintero, por su elegancia y sus exquisitos modales cuando inclina su cabeza para saludar, y con un cedro, debido a su porte, actitud y naturalidad.

A medida que avanza el viaje, la niña, viendo más próximo su destino, empieza a temblar y a encontrarse mal. La madre, ablandada, recurre al conductor para proteger a su hija. Le pide que la acoja, que la tome por esposa para librarla de las garras de otros hombres menos puros.

Pasan la noche en el pueblo y a la mañana siguiente emprenden el camino de regreso. La madre se ha compadecido de la hija y no la ha entregado. Vuelven a casa. Sin embargo, parece que el conductor no se ha decidido a tomarla por esposa. No han logrado convencerle. La madre, de todos modos, le advierte que ella no podrá hacerse cargo de la niña por mucho tiempo y que si él no la ampara no le quedará otra salida que venderla: “Puedo arreglarme. Pero cuando el tiempo mejore, ya no podré tenerla en casa”.


La responsabilidad está ahora sobre la conciencia del conductor, que continúa afrontando su profesión con distinción y gentileza.

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