Por medio de la historia de un humilde sacristán que tiene
dolor de muelas y un practicante que sustituye al doctor y que se cree en
posición de superioridad por su dominio de la ciencia, Chejov hace un retrato crítico
del pueblo ruso. El “Ruso”, así, en general, sale malparado, pues es una
persona sucia, ignorante, supersticiosa y sumisa.
El autor emplea con maestría el lenguaje y las descripciones
para introducirnos, desde el comienzo, en una atmósfera hedionda y agobiante (“humo pestilente”, “atacado de cataratas”, “en la
nariz ostenta una verruga que de lejos se asemeja a una mosca grande”, “muelas que el tabaco y el tiempo han puesto
amarillas”), que refleja la pobreza y las condiciones insalubres en las que
está sumido el pueblo llano ruso. Además, aporta ese componente humorístico tan
propio del genial escritor. Antológico (y desternillante) me parece el momento
en el que el sacristán, en su confusión, al no encontrar el icono, se santigua ante
una bombona de ácido fénico.
Y es que la religión está muy presente a lo largo y ancho
del relato. El “temor de Dios” y las referencias a los Ángeles, a la Virgen y
otros Santos o divinidades es constante. Se trata de una religión entendida de
una manera sui géneris, mezclada en
todo momento con la superstición. El sacristán Vonmiglásov entiende que su
infección y dolor de muelas es un castigo divino por sus pecados, sin embargo,
para aliviar su sufrimiento, y antes de acudir al médico, ha probado remedios
como aplicar vodka con rábano –¡recomendación de un diácono!- o atarse un hilo
del monte Athos al brazo.
El practicante Kuriatin, por otra parte un incompetente, es
respetado y venerado, se encuentra una posición de eminencia o superioridad
ante sus convecinos por el mero hecho de tener una educación y representar a la
ciencia médica. El sacristán le demuestra todo el respeto y se pone en sus manos
para que le resuelva su “problema”. Sin embargo, la intervención, la extracción
de la muela, se complica y deriva en una discusión pues el matasanos emplea
varios métodos e instrumentos para conseguir su objetivo pero se muestra
incapaz, multiplicando el dolor de su paciente. En ese momento, desaparecen el
respeto y los buenos modos, pero el enfermo, en su posición desesperada,
continúa sometido a la única persona que puede salvarle.
Finalmente, el practicante rompe la muela del sacristán. Y
aún pretende que este se muestre agradecido…
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