Si buscamos en Google, descubrimos que Rhungsdof,
Koenigswinter y Drachenfelds son localizaciones reales situadas en Alemania, a
orillas del río Rin. Podemos ver incluso imágenes de las ruinas y de las
montañas que menciona Alexandre Dumas en este cuento. Esto no debe de
extrañarnos, pues es habitual en literatura el hecho de plasmar por escrito leyendas
asentadas durante décadas y/o siglos en la memoria colectiva de los pueblos de
todo el mundo.
Esta leyenda habla de la existencia de un dragón, monstruo
terrible, que moraba en una caverna de Drachenfelds allá por el siglo IV. Los
soldados romanos entregaban un prisionero diario al dragón para que este lo
devorase y calmar así su furia.
Pero resultó que dos centuriones se enamoraron de la misma
doncella y se enfrentaron por su amor de manera muy violenta. El general
propuso solucionar el conflicto de manera salomónica: entregarían a la joven al
dragón. La chica no sería para ninguno de los dos pretendientes.
Llegado el momento, ataron a la doncella a un árbol, en el
lugar que habitualmente utilizaban para los sacrificios, concediéndole la
voluntad de dejarle libres las manos. Una vez se acercó el dragón, furioso y
hambriento porque los romanos lo habían “puesto a dieta” la jornada anterior,
la muchacha le mostró un crucifijo. Ante la imagen de Dios, el dragón, bestia
infernal, huyó a refugiarse a su guarida.
Los habitantes de la zona, envalentonados ante el primer signo
de debilidad del dragón y su deserción, lo persiguieron hasta su escondrijo y
le plantaron fuego. Tres días tardó en morir el monstruo, lo que habla a las
claras de su fortaleza.
En definitiva, Dumas padre hace en este cuento un poco de
propaganda a las bondades de la fe cristiana.
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