La forma de las
cosas, cuento escrito en 1.944 (ya faltaba poco para el fin de la
Segunda Guerra Mundial) por Truman Capote, es, en el fondo, un relato con
mensaje antibelicista. En la figura del
cabo de infantería que regresa en tren a su Virginia natal encontramos a un
personaje que sufre secuelas físicas y nerviosas tras participar en el
conflicto armado.
Más grave aún resulta llegar con la dignidad herida. Las espeluznantes
experiencias que ha experimentado durante la guerra le han marcado más incluso que
las posibles lesiones físicas. El militar no puede mirar a la cara a unos compatriotas
que, como mucho, alcanzan a sentir compasión de él (es el caso de la mujer del
tren, que intenta ayudarle), cuando no lo rechazan y miran hacia otra parte.
El escritor de Nueva Orleáns denuncia los horrores de la
guerra y utiliza la voz del soldado para criticar la hipocresía del pueblo
americano. El protagonista guarda rencor a su país por su falta de comprensión
hacia los veteranos de guerra, hombres que se marcharon jóvenes a tierras
lejanas para defender unos ideales dejando empleo, familia, amigos… y que a su vuelta
a la patria se sienten solos, incomprendidos y abandonados.
Es el caso del protagonista, un hombre, en principio emocionado
por su vuelta a casa, que ha sido prejuzgado en cuanto entró en el vagón (la mujer
lo “etiquetó de borracho”) y que, en
lugar de empatía encontró en sus paisanos temor y misericordia. Y hay que ser muy tonto para no percibirlo y hacerse preguntas: "¿Cree que
quiero sentarme a la mesa con ellos o con alguien como usted y producirles
náuseas? ¿Cree que quiero asustar a una niña como ésta de aquí y meterle ideas
en la cabeza sobre su hombre?"
Desgraciadamente, como le sucedió a muchos otros combatientes, este ser no encontrará, fuera del tren, el reconocimiento ni la tolerancia. Y la que era su
vida habrá cambiado para siempre.
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