LOS VECINOS DEL PRINCIPAL DERECHA de Eduardo Jardiel Poncela (II)


Ésta es la historia de un ciudadano español que ha regresado a su país tras un largo período de doce años emigrado en Argentina. Como otros emigrantes llega a España con una nada despreciable fortuna bajo su brazo. Pero su fortuna no es fruto de su esfuerzo, sino de un comportamiento censurable y poco ético: apropiarse de una cartera con ciento cincuenta mil dólares y una bolsa de diamantes.

El caballero se instala en un piso alquilado y disfruta de su riqueza y de su soltería. Hasta que un buen día una desconocida irrumpe en su vivienda…

La mujer llega muy agitada, dice ser vecina suya y que ha tenido una fuerte discusión con su marido. Entre ambos se inicia el juego de la seducción.

Al poco rato, llaman a la puerta. Es el marido, despechado. Se monta una escena, no de celos, sino de indignación del esposo hacia su mujer. El anfitrión se ve obligado a hacer varios trayectos de su despacho a la cocina para llevar un refrigerio a la llorosa y abatida dama, momento que aprovecha el prójimo para registrar los cajones y apropiarse de la bolsa que contenía las piedras preciosas sin que el primero se aperciba.


Cuando nuestro protagonista se da cuenta de que le faltan sus brillantes, acude al piso de sus vecinos, donde nadie le responde. El portero le informa de que esa vivienda lleva seis semanas desalquilada. Así es como pierde la fortuna que se había traído de América, víctima de un engaño y sin apenas darse cuenta. 

Como en otras obras de Jardiel Poncela, en el juego del amor, la mujer es siempre la que domina y gana la partida, el hombre es un títere en sus manos.

En el relato de esta semana, Jardiel Poncela hace gala, una vez más, de un exuberante sentido del humor, recurriendo a mil y un trucos que consiguen robarnos una sonrisa, y dejándonos una de esas sentencias “marca de la casa” para el recuerdo: “ el amor es una especie de ascensor hidráulico; se le puede exigir que funcione bien durante cinco años; durante diez; durante quince; pero llega un momento en que se estropea y se niega a funcionar […]. Entonces, hay que cambiar de ascensor o subir a pie. Es inevitable”.

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