EL AMOR QUE NO PODÍA OCULTARSE de Enrique Jardiel Poncela (II)


Hubo una época, no hace tantos años, en la que eran habituales las relaciones amorosas por carta (hoy sustituidas, desgraciadamente, por las nuevas tecnologías, las redes sociales e internet). El relato que hemos leído trata sobre uno de estos amoríos epistolares.


Un hombre espera impaciente –está realmente enamorado- la llegada de la dama con la que se ha citado por primera vez después de haberse estado carteando durante meses. El lugar de la cita es un café de moda.

Nuestro amigo no tarda más de dos frases en descubrir que su amada está sorda. Su sordera será la clave en este gracioso enredo.

En una cafetería concurrida, con orquesta incluida, no le queda más remedio que comunicarse con su novia a voz en grito, llamando la atención de todos los concurrentes. De este modo, chillando, le hace la corte: le declara lo mucho que le gusta, lo bella y lo estupenda que es ahora que la ve cara a cara, lo enamorado que está de ella, etc.

Cualquiera, en el lugar de este hombre, pasaría vergüenza, se sentiría abochornado, pero nuestro amigo arrostra todas las consecuencias por el bien de una relación prometedora.

Jardiel Poncela sabe mantener nuestra atención en la historia y nos transporta hasta el clímax final demostrándonos el interés de los parroquianos (primero, “diez parroquianos se volvieron para mirarme evidentemente molestos”; luego, “veinte parroquianos me miraron con odio”; y finalmente, “habían callado las conversaciones y la orquesta y sólo se me oía a mí”, con lo que nosotros también le dedicamos toda nuestra atención) y empleando juegos de palabra (“Eso se llama amar de viva voz”).

El resultado de esta cita podría haber sido el desastre. Un guardia se acerca a la pareja y los expulsa de local por escándalo público. Resulta gracioso observar cómo la mujer no es consciente de su problema pues, para ella, estaban tratando sus "asuntos del cuore” en secreto y con discreción.

Sin embargo, todo termina bien y ambos acaban viviendo juntos en un lugar apartado, si bien los vecinos acuden alarmados cada vez que se están amando.

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