EL GORDO Y EL FLACO de Antón Chejov (II)


El cuento narra un encuentro casual entre dos amigos de la infancia, uno gordo y el otro delgado, en una estación de ferrocarril. De inicio, el flaco se muestra muy efusivo y extravertido, muy cariñoso, hablador y cordial; recuerda los viejos tiempos y pone al día a su viejo compadre de cómo le ha tratado la vida. Saca pecho por su familia –una mujer extranjera y un hijo-, por su trabajo –es empleado del estado- e incluso por haber sido condecorado. Sin embargo, ser funcionario en aquella Rusia no es una garantía y su mujer tiene que dar lecciones de música y él mismo dedica sus ratos libres a fabricar y vender pitilleras de madera para sacarse un “extra” y vivir dignamente.


Lo que no se espera “el flaco” es que su compañero de escuela sea nada menos que consejero privado, un cargo más respetable y de mayor prestigio que el suyo. Ante esta sorpresa, el hombre delgado permanece, completamente intimidado, delante de su amigo, pero su actitud cambia de manera radical. Donde antes había confianza y familiaridad, hay ahora retraimiento y pusilanimidad. Chejov lo ilustra a las mil maravillas cuando dice: “Se contrajo, se encorvó, se empequeñeció… Maletas, bultos y paquetes se le empequeñecieron, se le arrugaron…”, era tal la grandeza de su camarada.

A partir de ese momento, el flaco comienza a tratar de usted al gordo, le hace reverencias, le entra la risa “floja”, no sabe muy bien qué decir, cómo actuar. Este cambio de talante y comportamiento, esta deferencia y sumisión en su amigo, no fue del agrado del consejero, que prefería la versión original de su antiguo compañero, con lo que decidió poner fin al encuentro y procedió a despedirse.

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