Este relato de García Márquez es una ácida crítica al
régimen político (dictadura) de algunos países latinoamericanos y a la actitud
indiferente de sus habitantes frente a ese sistema. Es, a su vez, un llamamiento
a la lucha contra la corrupción, contra la violencia, contra la injusticia que
sacude a un pueblo desventurado e inculto.
Aurelio Escovar es un pobre dentista de una villa
latinoamericana. Es más, es el único dentista del pueblo. Un día recibe la
visita del alcalde, que tiene una muela inflamada. El dentista no quiere
recibir al cacique, pues lo aborrece y le pide a su hijo que le comunique que
no se encuentra en la consulta. Sin embargo, está puliendo una dentadura, por
lo que cualquiera sabría que estaba mintiendo. En ese primer momento, Aurelio
Escovar se resiste al poder. Tiene una pistola en la gaveta y podría acabar con
el dictador.
A pesar de todo, un
líder autoritario siempre consigue lo que se propone, siempre se sale
con la suya, o al menos eso le parece a sus súbditos. De modo que, aunque lo
odia, el dentista le permite pasar y le saca la muela. En ese momento, sentado
en la silla, el cacique se encuentra a merced de un pobre y simple paisano, un
hombre que no tiene valor para rebelarse pero que sí puede vengarse, a su
manera, sacándole el molar sin anestesia, causándole dolor.
El dictador, en su papel de fuerza, de dureza, de poder, no
se permite exclamar una maldición ni lanzar un grito, aunque las lágrimas de
dolor que caen por sus mejillas, y los temblores, nos demuestran que, muy en el
fondo, es un ser humano y que, por lo tanto, puede ser derrocado.
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