Pepe es carretero. Su analfabetismo y sus ideas
revolucionarias, unidos a un repulsivo aspecto físico y a un vocabulario procaz
y malsonante, hacen de él un personaje desagradable a ojos de la mayoría, que
se refieren a él como “el ogro”. Sólo unos pocos conocen su secreto, saben que
bajo su aspecto rudo, áspero, se esconde un gran corazón.
Él aprovecha su mala fama para asustar a los que no lo
conocen. En cambio, siempre es atento con los niños, quizá porque no ha tenido
la gracia de ser padre. Su mujer se ríe de los que la compadecen por estar
casada con semejante “monstruo” y su casero no tiene queja alguna, pero los
vecinos del barrio del Pacífico se escandalizaban con sus maldiciones, con sus
amenazas y con sus proclamas comunistas.
Este cuento de Blasco Ibáñez nos enseña que las apariencias
engañan y que no debemos juzgar a las personas por su aspecto, como demuestra
la anécdota final del relato:
Una gata vagabunda decidió establecer su domicilio en casa de
Pepe, y llegó el día que tuvo crías. Era un verano extremadamente caluroso, en
el que la gente de posibles escapó a localidades de veraneo con climas más
compasivos, mas Pepe continuó con su duro trabajo.
Un día especialmente ardiente, en plena labor, cuando
intentaba coger unas cuerdas en el interior de su carromato, los gatitos, que
allí se habían escondido, le arañaron las manos. En lugar de aplastarlos, como
cualquiera podría pensar observando su facha y sus juramentos, Pepe construyó
una cama para ellos con su pañuelo y se los llevó, a todo correr, bajo un calor
infernal, a su casa, al fresco, con su madre, olvidando su cansancio y sus
obligaciones laborales.
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