DEMASIADO CARO de León Tolstoi (II)

Finalizamos nuestro particular "ciclo" de escritores rusos con la lectura del relato Demasiado caro, escrito por León Tolstoi una historia (no sé si verídica o no pero sí muy crítica y cargada de fina ironía) inspirada en la figura de Guy de Maupassant.

El cuento comienza con una descripción del Principado de Mónaco, el pequeño estado mediterráneo donde  transcurrirá la acción. Tolstoi lo describe como un país minúsculo (sigue siendo un país pequeño pero, en la actualidad, más de cien años después, debido al desarrollo de los diferentes medios de comunicación, y a la peculiar vida de su familia real, no es un lugar tan desconocido para la mayoría de la gente), tranquilo y exótico, con su propio rey, aparato burocrático, etc.

La particularidad del estado de Mónaco en la época de la acción, es la existencia de un lugar destinado al juego, un casino, el único superviviente de los muchos casinos europeos de la época -cerrados con motivo de la gran cantidad de crímenes y suicidios causados por las pérdidas en la ruleta-, y medio de subsistencia para un monarca que debía vivir con esplendor y ostentación (resulta más impopular cobrar impuestos que aprovecharse del despilfarro de paisanos y turistas en la sala de juegos).


El hecho es que un día cualquiera un hombre comete un crimen. Es juzgado por las leyes del estado y condenado a la pena capital pero Mónaco no dispone de la dotación necesaria para ejecutar la sentencia: una guillotina y un verdugo. Una desgracia...

El rey y sus consejeros se reunen para buscar una solución y se encuentran (tras pedir "presupuesto" a sus vecinos franceses e italianos) con que la ejecución de la pena tiene un coste demasiado elevado y que sólo podría afrontarse mediante el pago de dos francos por paisano, medida cuestionable que podría enojar al pueblo y que, por temor a un levantamiento o sublevación popular es desestimada.

Quizá el ejército podría realizar esa tarea, debió de pensar el monarca, así que consultaron con cada uno de los sesenta soldados que formaban la tropa, mas todos se negaron porque no era ése el cometido para el que habían sido formados.

Contraviniendo las leyes, el rey y sus ministros decidieron conmutar al reo la pena de muerte por la de cadena perpetua, pensando que así se ahorrarían muchos costes. Pero pronto se dieron cuenta de que tal vez se estaban equivocando, ya que mantenerlo vivo suponía alimentarlo y tener en nómina a un carcelero que se encargase de su vigilancia, y el preso todavía era un hombre joven y vigoroso.

La mejor opción era quitarle el vigilante, tal vez así el preso decidiera escapar y librar al estado de los gastos inherentes a su condena. Pero sorprendentemente el ajusticiado no se dio a la fuga, si no que alzó una protesta ante el ministro de justicia cuando éste le invitaba a abandonar el presidio. Habían dshonrado su nombre con la condena y no tenía a dónde ir. Librarse de él iba a costarles aún algún dinero.

De este modo, los miembros del consejo acordaron concederle una pensión de seiscientos francos. El criminal aceptó y con esa paga compró una pequeña casa con huerto próxima a la ciudad, en la que vivió feliz, aprovechando sus visitas a Mónaco para jugar unas monedas en la ruleta.

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