EL CONDE DRÁCULA de Woody Allen (IV)

El Conde Drácula es un personaje diabólico. Un ser de ultratumba que duerme en un ataud durante el día y que se alimenta de sangre humana. Un ser que habita en la oscuridad, que se vale de su porte distinguido y apuesto para seducir a sus víctimas. Un ser que puede adoptar la forma de los animales más diversos: lobos, murciélagos... Un ser temible al que sólo la luz solar, una bala de plata o una estaca clavada en su pecho pueden vencer.

Con estas bases (presentadas por el escritor en los dos primeros párrafos del relato), en principio no muy propicias para la risa, Woody Allen reinterpreta el personaje del Conde Drácula en clave de humor.

El conde despierta sediento de sangre, elige a sus víctimas (el panadero y su esposa) y va en su busca. Pero Drácula ignora que precisamente ese día hay un eclipse y que el cielo se ha oscurecido a las 12 del mediodía, pero que las tinieblas no durarán mucho. Por lo tanto, está en un aprieto. La única solución a su problema, en un hogar en el que no hay persianas, consiste en meterse en un armario, ocurrencia celebrada como una broma por sus anfitriones.

La situación se complica cuando entran en escena el alcalde y su mujer. Drácula no puede permanecer mucho más tiempo dentro del guardarropa. El alcalde, cansado de la situación abre la puerta del armario y Drácula se ve expuesto a la luz solar, muriendo al instante: su cuerpo se desintegra, su esqueleto se convierte en blancas cenizas.


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